Hace poco tiempo tuve la oportunidad de
conversar a través de adornados correos electrónicos con la editora de la
revista literaria (mexicana) Bicaa’lu. Uno de sus comentarios – que yo ya
suponía que vendría – fue que sus padres pensaban que era mala idea estudiar
literatura y, aún más, convertirse en escritora. Por alguna razón preocupante,
en el mundo muchas personas tienen una mentalidad materialista que les prohíbe aceptar
pensamientos que no conlleven conseguir dinero, prestigio, y producir en masa;
pero , ¿qué sería de nosotros si esos escritores necios hubieran hecho caso de
las palabras de sus padres y, en lugar de ser escritores, se hubieran resignado a cumplir los sueños de
otros? Seguramente el mundo sería aún más terrible. Una de las demostraciones
de poder que más impactan en la vida de cualquier joven es precisamente la
mentalidad de los padres. Aún así, el arte de escribir vale la pena llevar la contraria
a nuestros propios creadores, de ser preciso.
El escritor Vila-Matas hace un elogio al arte
de escribir contraponiendo los diferentes puntos positivos y negativos que
conlleva esta labor, mencionando su dificultad y la necesidad de transgredir el
mero hábito de sentarse al ordenador para teclear, y así convertirlo en una
introspección, en una “traducción de uno mismo”, navegando en un universo sin
fin para descubrir verdades y secretos de la vida y, por supuesto, de uno
mismo. Menciona también que una persona que desea ser escritora necesita tener
la máxima ambición para poder llegar a esa elevación que es el arte de
escribir.
Grandes escritores como Carlos Fuentes han
mencionado que al escribir dejan una porción de su alma, de sí mismos, en cada
obra, que es como aceptar una identidad de la que nunca van a poder separarse y
por la que van a sacrificar placeres de la “vida verdadera”, como dice
Vila-Matas, pero que es “lo mejor que podemos hacer en esta vida”.
Concuerdo con el escritor en que escribir dejaría
poco margen para estallidos bélicos, y me quedo con la siguiente frase como un
mandamiento para la humanidad, como uno de los poemas más bellos de una sola
oración: “Nada menos agresivo que un hombre que baja la vista para leer un
libro que tiene en sus manos”.
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